Su voz es como la del profeta bíblico que clama en el desierto y quizás muchos no la escuchen o la escuchen y no le hagan caso, pero puede que algunos sí… y que importante es que resuene su voz un domingo desde la explanada del Santuario de la Virgen de Caacupé.
Es un obispo como los demás y viste casi igual como lo demanda la liturgia de la Iglesia Católica para estos rituales, pero hay algo que lo distingue. Su mitra —la gorra ceremonial que simboliza su autoridad eclesiástica—, está cubierta por un tejido artesanal con pinturas indígenas del Chaco. Es el símbolo del lugar de donde viene y principalmente de a quienes representa.
Se llama Miguel Fritz y aunque nació en 1955 en Hannover, Alemania, desde 1985 trabaja pastoralmente en el Paraguay, primero como vicario parroquial en Independencia, Guairá y desde 1998 se hizo parte del duro paisaje chaqueño, como vicario de la parroquia Santa María, en Mariscal Estigarribia, Boquerón, donde aprendió a encarnar los padecimientos y las esperanzas de los pueblos indígenas olvidados, los más pobres entre los pobres.
Es teólogo y antropólogo. Es miembro de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, OMI. De 2007 a 2010 fue superior de esa orden religiosa en el Paraguay. En 2016 asumió como vicario delegado del Vicariato Apostólico del Pilcomayo y párroco de la Parroquia en la Misión San Leonardo de Escalante (también conocida como comunidad indígena San Leonardo, Comunidad Indígena Fischat o Misión Escalante, del pueblo Nivacle, ubicada al final de la ruta PY05 en el kilómetro 584, en la frontera con Lamadrid, Provincia de Formosa, Argentina, a unos 453 km de Asunción, lejos de todo, pero muy cerca de la realidad).
En abril de 2025, poco antes de su fallecimiento, el Papa Francisco nombró a Miguel Fritz como nuevo obispo del Vicariato Apostólico del Pilcomayo, en reemplazo de otro misionero oblato que sin mucho ruido y bastante coherencia hizo mucho por los pueblos indígenas del Chaco Paraguayo, el recordado monseñor Lucio Alfert.
A pesar de que ha estado ya varias veces oficiando misa y haciendo escuchar su voz en las celebraciones dedicadas a la Virgen de Caacupé, este domingo 30 de noviembre fue la primera vez en que Miguel lo hizo como nuevo obispo en la misa central y su voz ha sonado fuerte y clara en defensa de los indígenas, en un momento en que tanta falta hace su resonancia:
Estas fueron algunas de sus palabras:
—“Tanto más indigna tener que ver siempre de nuevo a familias humildes campesinas y principalmente indígenas ser despojadas de sus habitaciones. Siguen los desalojos violentos de comunidades enteras, a veces por fuerzas del orden público —aunque uno puede preguntar qué orden se crea cuando se queman casas y chacras, dejando niños con sus padres y llorando en la calle— y otras veces por ‘servicios contratados’, enviados por un estanciero, como pasó en Karapa, el mes pasado. Por otra parte, no hay ningún apuro para desalojar a invasores que se colocan dentro de tierras indígenas y hasta arman estancias, como es el caso de Loma”.
—“Ya me cansa tener que repetir todos los años este mismo grito contra los desalojos injustos e inmisericordes de comunidades indígenas. Estoy tentado de hacer mía la exclamación del profeta Habacuc, que el Papa León cita: ‘¿Hasta cuándo, Señor pediré auxilio sin que tú escuches?’”.
—“¡Ojalá, que alguna vez, el INDI cumpla su función! Y ahora una vez más con un nuevo presidente y vuelta su oficina a Asunción como es necesario y debido, sin que los vecinos rechacen la presencia de indígenas en su barrio, ¡Qué triste testimonio!”.
—“Los indígenas son expulsados, No son solo ‘sin tierras’, son ‘sin calles’, ‘sin ningún lugar’ donde sean bien recibidos. Cómo dijo acertadamente monseñor Gavilán: ‘Valoramos al guaraní, pero no a quienes nos lo heredaron’. El bien común no lo podemos soñar, mientras que sigan la discriminación y el racismo en nuestra sociedad”.
— “¿Cómo piensa el Estado que sean cumplidos sus derechos, en parte bien plasmados en el Plan Nacional de Pueblos Indígenas, pero sin asegurar el presupuesto necesario? El bien común no lo podemos soñar mientras que no tengamos un presupuesto que considere a los sectores más necesitados”.
—“Realmente es hora de despertar. No podemos continuar con los ojos cerrados, sobre todo ante tanta injusticia, tanta corrupción, tanto nepotismo, tanto enriquecimiento ilícito (…). Vemos crecer algunas élites de ricos que viven en una burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común”.
—“Es hora de tomar conciencia del desastre que estamos provocando o si seguimos despojándonos de los últimos árboles o si seguimos envenenando tierra, aire, agua y a nosotros mismos con tantos agrotóxicos”.
Quienes conocemos desde hace tiempo la tarea apostólica y humana de Miguel Fritz sabemos que sus palabras no son solamente teóricas, sino que están respaldadas por casi tres décadas de convivencia con los pueblos indígenas y los pobladores del Chaco, compartiendo el polvo de los no caminos, la sed y el hambre, las carencias antiguas, como también la lucha, los sueños y las esperanzas de un tiempo mejor.
Alguien como Miguel Fritz es quien nos permite seguir creyendo en un sector de la Iglesia Católica comprometida con la suerte de los más pobres, alguien que viene a plantarse con valentía y dignidad en el altar mayor del Paraguay, ante la multitud de fieles, ante los micrófonos y las cámaras, con la actitud del profeta que clama en el desierto.
Quizás muchos no escuchen o no hagan caso… pero muchos, sí.


